Esteban fue uno de los siete discípulos en el Nuevo Testamento que fue asignado a velar por las necesidades temporales y bienestar de la Iglesia. Él estaba “lleno de fe y de poder” y “hacía grandes prodigios y milagros entre el pueblo” (Hechos 6:8). Cuando Esteban estaba entre la gente, algunos individuos de la sinagoga local comenzaron a “discutir” con él, pero “no podían resistir a la sabiduría ni al Espíritu con que hablaba” (Hechos 6:10). Ellos agitaron a un grupo más grande de personas dispuestas a acusar a Esteban, quienes declararon que habían “oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (Hechos 6:11). Ante el consejo, presentaron falso testimonio contra él, lo acusaron de blasfemia y lo asociaron con acusaciones populares contra Jesús de Nazaret.
Estos hombres tenían la clara intención de presentar una acusación contra Esteban que le merecería la muerte. En la antigüedad, el cargo de blasfemia se castigaba con la muerte y parece haber involucrado una amplia gama de posibles ofensas o insultos contra Dios y/ó contra la religión judía en general. Por ejemplo, aquellos que maldijeron el nombre de Dios debían ser muertos por lapidación (Levítico 24:10–16). Pero también hubo un precedente en la Ley para apedrear a un individuo que “peca con altivez” porque “blasfemó contra el Señor” y “tuvo en poco la palabra de Jehová y quebrantó su mandamiento” (Números 15:30–31).
Jesús había sido igualmente condenado a muerte por blasfemia después de que dio una respuesta bastante críptica a la pregunta de Caifás de si Él era el Mesías, el Hijo de Dios (Mateo 26:63–66). Jesús no contestó “sí” ó “no” directamente sino parafraseando varias escrituras, combinando elementos de Daniel 7:13 (“en las nubes del cielo venía uno como el Hijo del Hombre”) con el Salmo 110:1 (“Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra”). Los críticos habían tratado de apedrear a Jesús por blasfemia antes, incluso por afirmar ser el Hijo de Dios y ser uno con Él (Juan 10:30–36).
No se nos dice exactamente lo que Esteban había estado enseñando cuando fue capturado por la multitud y llevado ante el consejo. Su testimonio ante el concilio, sin embargo, enfatizó que no cumplieron la ley dada por Moisés y no siguieron las indicaciones del Espíritu Santo al reconocer a Jesús como el Justo, el Mesías (Hechos 7:51–53). Con esta acusación “se enfurecían sus corazones y crujían los dientes contra él” (Hechos 7:54).
Esta historia tiene muchos paralelismos con el relato de Abinadí en el Libro de Mormón, quien fue sentenciado a muerte, esencialmente por declarar que el rey y sus sacerdotes no obedecían la Ley de Moisés y no testificaban de Cristo (Mosíah 12:29–37; 16:13–15). Sin embargo, el texto no dice que las palabras de Esteban, hasta este punto, trajeron sobre él una condena concluyente o una sentencia de muerte.
Lo que causó que la gente gritara de rabia, arrastrara a Esteban fuera de la ciudad y le matara brutalmente apedreado, fue su testimonio del cumplimiento (al menos parcial) de lo que Jesús había dicho anteriormente a Caifás. Esteban anunció que acababa de ver al “Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:56). Ahí fue cuando sus acusadores ya no pudieron contenerse. Ellos gritaron y se apresuraron a agarrarlo. La paráfrasis de Esteban de Daniel 7:13 y del Salmo 110:1, junto con la implicación de que Jesús estaba sentado a la diestra de Dios, aparentemente era lo que los líderes judíos sentían que necesitaban para condenarle por blasfemia y sentenciarlo a muerte, tal como Caifás y el Sanedrín habían hecho con Jesús.
Para los Rabinos posteriores en el siglo II d.C, la idea de un ser divino o angelical que era esencialmente equivalente en poder a Dios (la creencia de “dos poderes en el cielo”) era una herejía muy seria.1 Sin embargo, esta idea no fue condenada universalmente en la época de Cristo, como se puede ver en los escritos de eruditos judíos como Filón, así como textos tales como Similitudes de Enoc (en 1 Enoc) y algunos de los Rollos del Mar Muerto.2 El mero hecho de que Jesús usara las Escrituras para hablar de tal figura probablemente no merecía una sentencia de muerte.
Lo que hizo que el uso de Jesús, y el de Esteban, de estas imágenes de las Escrituras fuera blasfemo fue probablemente que Jesús lo aplicó a Sí mismo. Para los Líderes judíos, la idea de que un hombre mortal, particularmente uno a quien ambos conocían y despreciaban, se declarara Hijo del Hombre, un Ser que vendría volando en las nubes del cielo para juzgar, aparentemente equivalía a declararse a sí mismo igual a Dios.3 Este parece haber sido el caso en Juan 10:33, cuando la gente le informó a Jesús que lo estaban apedreando “por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te crees Dios” (Juan 10:33).
Es posible que los líderes judíos vieran el reclamo de Jesús como similar al del rey tirano (Lucifer) en Isaías 14, quien dijo en su corazón “Subiré al cielo. Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios… sobre las alturas de las nubes subiré; seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:12–14). Un hombre que hizo tal afirmación era, en su opinión, el epítome del orgullo y ciertamente lo haría ser “derribado hasta el Seol” (Isaías 14:15).4 Sin embargo, los líderes judíos claramente no entendieron la naturaleza de la exaltación del Hombre que se enseña en las Escrituras y que Jesús entendió muy bien. Jesús sabía quién era Él y qué bendiciones estaban guardadas para Él y para todos aquellos que creían en Él.
Esteban fue un ejemplo para los creyentes y uno que fue testigo de la exaltación de Jesús a la diestra de Dios. La palabra griega martyros significa “testigo”. Este es el origen de la palabra mártir, que en inglés contiene el concepto adicional de uno que muere por su testimonio. Como uno que murió por testificar de cosas que había oído y visto, Esteban se convirtió en el primer mártir cristiano. Apropiadamente, el nombre “Esteban” (stefanos) significa “corona” en griego. Aunque fue condenado por blasfemia y apedreado a muerte por aquellos que no creyeron en su testimonio, Esteban ciertamente se ganó la “corona de la vida” prometida a todos aquellos que son “fiel[es] hasta la muerte” (Apocalipsis 2:10).
1. Para un par de explicaciones relativamente breves de esta creencia (o herejía, para algunos), véase Bogdan G. Bucur, “‘Early Christian Binitarianism’: From Religious Phenomenon to Polemical Insult to Scholarly Concept,” Modern Theology 27:1 (enero de 2011):102–120; Darrell Bock, “Blasphemy and the Jewish Examination of Jesus,” Bulletin for Biblical Research 17.1 (2007): 53–114. Tratados más amplios del tema general se pueden encontrar en Alan F. Segal, Two Powers in Heaven: Early Rabbinic Reports about Christianity and Gnosticism (Leiden: Brill, 1977); George W.E. Nickelsburg, Ancient Judaism and Christian Origins (Minneapolis: Fortress Press, 2003); Gabrele Boccaccini, ed., Enoch and the Messiah Son of Man (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2007); Margaret Barker, The Great Angel: A Study of Israel’s Second God (London: SPCK, 1992); John J. Collins, The Scepter and the Star (2nd Ed., Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010); Adela Yarbro Collins y John J. Collins, King and Messiah as Son of God (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008). La idea de que un humano se convierta en una exaltada figura mediadora divina tuvo precedentes como una creencia aceptable, al menos en algunas ramas del judaísmo antiguo. Ver, por ejemplo, la obra de James R. Davila en “Enoch as a Divine Mediator”: https://otp.wp.st-andrews.ac.uk/divine-mediator-figures-course/enoch-as-divine-mediator/. Consulte también la lectura del Prof. Dávila sobre “Melchizedek as a Divine Mediator”: https://otp.wp.st-andrews.ac.uk/divine-mediator-figures-course/melchizedek-as-a-divine-mediator/. También, Andrei A. Orlov, “Moses as an Angel of the Presence,” y muchos otros artículos encontrados en esta página web: https://www.marquette.edu/maqom/.
2. Ver, por ejemplo, Bock, “Blasphemy and the Jewish Examination of Jesus,” 77, ff.
3. Bock, “Blasphemy and the Jewish Examination of Jesus,” 74–81.
4. Las acusaciones de blasfemia se vieron a menudo a la luz de Isaías 14:12-14 y se pueden consultar en los últimos textos rabínicos, incluyendo: Exod. Rab. 15:6, 21:3; Lev. Rab. 18:2; y Num. Rab. 9:24, 20:1. Véase Bock, “Blasphemy and the Jewish Examination of Jesus,” 80. Tal como Morna Hooker explicó, “Reclamar por uno mismo un asiento a la diestra del poder, sin embargo, es reclamar una participación en la autoridad de Dios.; apropiarse para uno mismo tal autoridad y otorgarse a uno mismo este estado único a la vista de Dios y del hombre casi seguramente se habría considerado como una blasfemia”. Hooker, The Son of Man in Mark (London: SPCK, 1967), 173, como se cita en Bock, “Blasphemy and the Jewish Examination of Jesus,” 81.
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