La historia de Israel y Judá, tal como se registra en los libros de 1 y 2 Reyes, culmina con la destrucción de ambos reinos y de sus respectivas capitales, Samaria (2 Reyes 17) y Jerusalén (2 Reyes 25). En los últimos años antes de la caída de Jerusalén, profetas como Jeremías, Lehi y Ezequiel advirtieron de las calamidades inminentes, pero el pueblo no hizo caso. Hoy en día, las palabras de estos tres profetas pueden servir para aclarar por qué—desde un punto de vista teológico—Jerusalén fue destruida. Según Nefi, hijo de Lehi, el pueblo está listo para la destrucción cuando “el Espíritu cesa de luchar con [ellos]” (2 Nefi 26:11; cf. 1 Nefi 17:43). Bruce K. Satterfield, un profesor de religión de la BYU-Idaho, razonó que en este caso la frase “el Espíritu” se refiere a la influencia del Señor sobre toda la humanidad, más comúnmente referida hoy como la Luz de Cristo1. Satterfield estudió las enseñanzas de Jeremías, Lehi y Ezequiel para entender la justificación divina de la destrucción de Jerusalén2. Satterfield identificó seis “rasgos que caracterizan a aquellos que se han colocado en la posición de perder la Luz de Cristo” y encontró que el pueblo de Jerusalén tenía los seis rasgos y por lo tanto estaban “prestos para la destrucción”3.
A pesar de haber declarado que no transgredirían, los judaítas se prostituyeron repetidamente con dioses extranjeros durante varias generaciones, hasta que quedaron marcados ante Jehová con una iniquidad que no podía limpiarse con jabón (Jeremías 2:20-22). Como señaló Satterfield, tal recurrencia del pecado hace que sea difícil arrepentirse4.
Naturalmente, el pecado repetitivo suele ir acompañado de una racionalización para justificar tales violaciones de los mandatos del Señor. Las justificaciones pueden adoptar muchas formas diferentes. Según Jeremías, algunos en Jerusalén justificaron que simplemente no había esperanza en resistir el pecado, mientras que otros profesaron su inocencia, negando que hubieran hecho algo malo (véase Jeremías 2:25, 35). Lamán y Lemuel parecen haber estado en esta segunda categoría desde que mantuvieron que “el pueblo que se hallaba en la tierra de Jerusalén era justo” (1 Nefi 17:22). Se le reveló a Ezequiel que algunos en Jerusalén utilizaron la justificación de que Jehová había dejado la tierra y no podía ver sus malas acciones (Ezequiel 8:12)5. Satterfield señaló: “Tal justificación se debe a la falta de respuesta del individuo a las cosas de Dios”6.
El Señor le dijo a Jeremías que “este pueblo tiene corazón terco y rebelde; se apartaron y se fueron” (Jeremías 5:23). Justificar el pecado es exactamente lo opuesto al arrepentimiento. En lugar de volverse humildemente a Dios, los que justifican el pecado son testarudos en su oposición a Sus mandamientos. Esto los pone en un estado de rebelión contra Jehová7.
Jehová también dijo a Jeremías que el pueblo “no se han avergonzado” de las abominaciones que había cometido (Jeremías 6:15). Nefi dijo que sus hermanos, que eran “semejantes a los judíos que estaban en Jerusalén” (1 Nefi 2:13), habían “dejado de sentir” y por lo tanto no respondían a los estímulos espirituales (1 Nefi 17:45). El apóstol Pablo describió este estado descarado de pecaminosidad como el de tener “cauterizada la conciencia” (1 Timoteo 4:2)8.
El pueblo de Jerusalén rechazó la advertencia profética de Lehi y lo expulsó de la ciudad (1 Nefi 1:18–2:3). Jeremías se lamentó ante el pueblo: “[H]a venido a mí la palabra de Jehová, y os he hablado… pero no habéis escuchado”. De hecho, continuó Jeremías, “Y envió Jehová a vosotros a todos sus siervos los profetas, … pero no escuchasteis, pero no habéis escuchado ni habéis inclinado vuestro oído para escuchar” (Jeremías 25:3–4). Registró que otro profeta, llamado Urías, fue ejecutado por profetizar contra Jerusalén (Jeremías 26:20-23). Nefi señaló que “el Espíritu del Señor pronto cesará de luchar con ellos; porque han rechazado a los profetas” (1 Nefi 7:14)9.
Todo esto puso al pueblo en un estado de pecado continuo y creciente. Satterfield señaló: “Ezequiel fue llevado en visión a Jerusalén, donde fue testigo de hasta qué punto la maldad había consumido los corazones de los judíos. También fue testigo de que su corrupción hizo que la ‘gloria del Señor’—sin duda un aspecto de la Luz de Cristo—se retirara de la ciudad (Ezequiel 8-11)”10. Ezequiel también vio al pueblo cometer “actos de apostasía cada vez mayores” a lo largo de esta visión11.
Mucho ha cambiado el mundo y la sociedad desde el año 587 a. C., pero las advertencias a los pueblos de esa época dadas por los profetas bíblicos y del Libro de Mormón siguen siendo tan relevantes como siempre. La salud espiritual de los individuos y de las naciones depende de que sean capaces de reconocer cuando “se han vuelto inicuos, sí, casi hasta la madurez… que ciertamente vendrá el día en que deben ser destruidos” (1 Nefi 17:43). Lamentablemente, los seis rasgos identificados por Satterfield que caracterizan a las personas maduras para la destrucción se manifiestan en la sociedad actual de diversas maneras.
Por ejemplo, muchas personas influyentes en las redes sociales y otras personas en línea justifican el incumplimiento de los mandamientos, restan importancia a las obligaciones del convenio y desestiman los consejos proféticos. Reconocer estas características que conducen a la destrucción espiritual puede ayudar a las personas a ver los peligros inherentes a seguir tales voces y, por lo tanto, ser más cuidadosos y discernir a quién siguen, siempre manteniendo el objetivo final de seguir a Cristo y a sus siervos.
También es bueno reconocer que incluso después de estar maduro para la destrucción, nunca es demasiado tarde para volverse al Señor. Al final de la visión de Ezequiel, el Señor prometió que sería como “un pequeño santuario” para los judaítas en el exilio y que finalmente los reuniría de nuevo en su tierra (Ezequiel 11:16-17). Jehová dijo entonces: “[P]ondré un nuevo espíritu dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de su carne y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11:19). Aunque su convenio depende de la justicia de su pueblo, el brazo de Jehová siempre está extendido hacia aquellos que se arrepienten y se apartan de sus iniquidades. La razón divina para la destrucción no es simplemente destruir porque sí; más bien, su propósito es llevar al arrepentimiento a las personas que de otra manera han dejado de sentir, para que finalmente puedan experimentar las bendiciones que vienen de una vida centrada en el evangelio.
Bruce Satterfield, “The Divine Justification for the Babylonian Destruction of Jerusalem“, en Glimpses of Lehi’s Jerusalem, ed. John W. Welch, David Rolph Seely y Jo Ann H. Seely (Provo, UT: FARMS, 2004), 561–594.
David Rolph Seely y Fred E. Woods, “How Could Jerusalem, ‘That Great City,’ Be Destroyed?“, en Glimpses of Lehi’s Jerusalem, ed. John W. Welch, David Rolph Seely y Jo Ann H. Seely (Provo, UT: FARMS, 2004), 595–610.
Gary Lee Walker, “The Fall of the Kingdom of Judah (2 Kings 21–25; 2 Chronicles 33–36)”, en Studies in Scripture, vol. 4: 1 Kings to Malachi, ed. Kent R. Jackson (Salt Lake City, UT: Deseret Book, 1993), 165–177.
1. Bruce Satterfield, “The Divine Justification for the Babylonian Destruction of Jerusalem“, en Glimpses of Lehi’s Jerusalem, ed. John W. Welch, David Rolph Seely y Jo Ann H. Seely (Provo, UT: FARMS, 2004), 562–567.
2. Satterfield, “Divine Justification“, 561–594.
3. Satterfield, “Divine Justification“, 567. Véase págs. 567–570 para una explicación completa de las seis características.
4. Satterfield, “Divine Justification“, 572–573.
5. Satterfield, “Divine Justification“, 573.
6. Satterfield, “Divine Justification“, 568.
7. Satterfield, “Divine Justification“, 568–569, 573–574.
8. Satterfield, “Divine Justification“, 569, 574.
9. Satterfield, “Divine Justification“, 569, 574–577.
10. Satterfield, “Divine Justification“, 582.
11. Keith W. Carley, The Book of the Prophet Ezekiel (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1974), 51, citado en Satterfield, “Divine Justification“, 582.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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