A lo largo de la epístola a los Hebreos, se describe a Jesús como un sumo sacerdote expiatorio en el templo celestial, que permite a todos los hijos de Dios acercarse “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Sin embargo, un aspecto de la expiación divina de Jesús que a menudo se pasa por alto es su papel de hermano.
Como ha señalado Matthew Bowen, “un componente clave del mensaje de Hebreos sobre Jesús como Hijo divino y Sumo Sacerdote expiatorio es su solidaridad con la humanidad, que nace de su relación de hermano con ella”1. De hecho, hacia el principio de esta epístola, el autor señala que “debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que atañe a Dios, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17)2. En otras palabras, si Jesús no se hubiera hecho semejante a sus hermanos y hermanas, no habría podido realizar su sacrificio expiatorio.
La descripción de Jesús como hermano de toda la humanidad no es algo desconocido en la Biblia. En el evangelio de Juan, por ejemplo, el propio Jesús afirma ser nuestro hermano: “[V]e a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17; cursiva añadida). De igual manera, Pablo describe a Jesús como “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
En Hebreos, ese lenguaje familiar no se limita a los primeros capítulos, sino que se emplea a lo largo de toda la epístola, reafirmando que podemos relacionarnos con Jesucristo porque, de hecho, pertenecemos a la familia divina de Dios. De hecho, esta familia divina está organizada de tal manera que nuestro hermano mayor preside fielmente la casa de Dios: “Cristo, como hijo fue fiel sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros, si es que hasta el fin retenemos firme la confianza y la gloria de la esperanza” (Hebreos 3:6).
Además, Hebreos presenta a Jesús como un hermano mayor expiatorio, similar al concepto de pariente-redentor israelita, o go’el3. En el antiguo Israel, un pariente-redentor era el “miembro de la familia responsable de rescatar a otros miembros de la familia de la esclavitud”. El papel de Jesús como “hermano”… se sitúa en el mismo marco conceptual que el antiguo concepto israelita-judío de pariente-redentor”4. Asimismo, como señala Benjamin Spackman, ver a Dios como nuestro pariente-redentor era un aspecto importante de la antigua creencia israelita, y “reclamar a Dios como ‘redentor’, o invocarlo para que nos redima, era reclamar el parentesco a través de una relación de convenio con Él”5. Al redimir a sus muchos hermanos y hermanas de la muerte y el infierno, Jesús abre el camino para que toda la familia divina llegue a ser como Él.
Esto queda especialmente claro desde el comienzo de la epístola: “[H]abiendo de llevar a la gloria a muchos hijos, perfeccionara por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:10-11). Además, esta gloria se refleja estrechamente con la salvación del Señor mencionada en Hebreos 2:3, lo que lleva a Bowen a observar que la acción de Dios de “conducir a muchos… a la gloria” contiene “referencias del templo”, especialmente cuando se considera que “los que son conducidos (agagonta) a la gloria son los propios santos”6.
En Hebreos 2:10-11 aparece otra clara referencia al templo. En la descripción de Jesús como hecho perfecto, el texto griego utiliza una forma de la palabra teleiōsis. Aunque esta palabra se traduce a menudo como “perfecto” en la versión Reina Valera 2009, en el antiguo mundo grecorromano connotaba a menudo la iniciación en contextos religiosos. Por ello, Bowen señala que traducir esta palabra como “perfecto” o incluso “completo” es “insuficiente para captar y transmitir los detalles”. De hecho, la palabra teleiōsis “tenía una importante dimensión ritual”, y nadie podía ser perfecto o completo sin antes “recibir todas las iniciaciones, ritos (es decir, ordenanzas) y misterios necesarios correspondientes”7.
Cuando los discípulos fueron plenamente iniciados en estos derechos, habían entrado en “un estado de purificación que los hace aptos para desempeñar las funciones del templo”8. Jesús, habiendo sido plenamente iniciado en el reino divino, fue entonces capaz de servir como el Gran Sumo Sacerdote del Templo Celestial, realizando un sacrificio infinito y eterno “una vez y para siempre” (Hebreos 10:10).
Al ser santificados por Cristo, Él hace posible que cada uno de nosotros sea plenamente iniciado y reciba todos los convenios y ordenanzas que necesita para disfrutar de nuevo de la presencia del Padre. Como señala Bowen, “el punto primordial de Hebreos es que los ‘hijos’ y las ‘hijas’ deben seguir al Hijo, aunque sea a través de un sufrimiento injusto, hasta la misma gloria”9. Incluso en los momentos más difíciles de nuestras vidas, “el sufrimiento puede ser una actividad vicaria y sacerdotal” que tiene el potencial de ayudarnos a parecernos más a Jesús, que “completó su misión y su preparación personal para recibir—una vez más, y esta vez, plenamente—la gloria del Padre” a través de su sacrificio expiatorio10.
Jesús, nuestro hermano mayor en una verdadera familia divina, se hizo plenamente mortal para poder santificarnos, y permanece siempre dispuesto a ayudar a sus hermanos y hermanas a volver a Él, siendo “semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Cuando comprendemos cómo la vida y la misión de Jesús podrían describirse en un papel cercano y familiar, como hizo el autor de Hebreos, podemos entender mejor la naturaleza del amor de Dios por nosotros. En lugar de ser un ser distante, el Padre Celestial es nuestro padre real que quiere que lleguemos a ser como Él. Del mismo modo, Jesús es nuestro hermano amoroso que quiere ayudarnos a tener éxito en este camino.
Como observó Bowen, cuando comprendemos que “somos hijos e hijas de Dios, así como hermanos y hermanas de un Hijo divino”, somos capaces de vernos a nosotros mismos “dentro de un plan divino que experimenta el proceso de ‘perfección’ o ‘iniciación plena’ (teleiōsis) que [nuestro] ‘hermano’ ya ha completado fielmente y que nos está ayudando activamente a lo largo del camino del convenio”11. De hecho, al acercarnos fielmente a Él, somos santificados a través de Su expiación, capacitándonos para cumplir más fielmente nuestros pactos con Él. Además, “Hebreos indica que los hermanos y hermanas de Jesús también podían [ser] ‘hechos semejantes’ a él mediante el servicio sacerdotal”. Aunque este servicio puede tomar muchas formas en la Iglesia, el significado más completo de la palabra teleiōsis significaría que el servicio en el templo es un aspecto clave para ello. De hecho, “para los Santos de los Últimos Días de hoy, esto tiene implicaciones para todos aquellos que reciben las bendiciones completas del Sacerdocio de Melquisedec, bendiciones que están disponibles hoy en día en el santo templo”12.
Matthew L. Bowen, “‘He Is Not Ashamed to Call Them Brethren’: Family Structure in Hebrews 2:10–18 and Jesus Christ’s Fraternal Role in Atoning for Humanity”, en The Household of God: Families and Belonging in the Social World of the New Testament, ed. Lincoln H. Blumell, Jason R. Combs, Mark D. Ellison, Frank F. Judd Jr. y Cecilia M. Peek (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 2022), 243–264.
Richard D. Draper y Michael D. Rhodes, The Epistle to the Hebrews (Provo, UT: BYU Studies, 2021), 130–196.
1. Matthew L. Bowen, “‘He Is Not Ashamed to Call Them Brethren’: Family Structure in Hebrews 2:10–18 and Jesus Christ’s Fraternal Role in Atoning for Humanity”, en The Household of God: Families and Belonging in the Social World of the New Testament, ed. Lincoln H. Blumell, Jason R. Combs, Mark D. Ellison, Frank F. Judd Jr. y Cecilia M. Peek (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 2022), 243.
2. Aunque la Epístola a los Hebreos se ha asociado tradicionalmente con el apóstol Pablo, la epístola es anónima, estrictamente hablando. Para un debate sobre la autoría de Hebreos, véase Richard D. Draper y Michael D. Rhodes, The Epistle to the Hebrews (Provo, UT: BYU Studies, 2021), 4–11.
3. Para obtener más información sobre este tema, consulte T. Benjamin Spackman, “The Israelite Roots of Atonement Terminology”, BYU Studies Quarterly 55, no. 1 (2016): 39–64.
4. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 247.
5. Spackman, “Israelite Roots of Atonement Terminology”, 57.
6. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 251.
7. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 252–253.
8. Draper y Rhodes, Epistle to the Hebrews, 146.
9. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 248.
10. Draper y Rhodes, Epistle to the Hebrews, 146.
11. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 247.
12. Bowen, “He Is Not Ashamed to Call Them Brethren”, 256.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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