Poco después de la resurreción de Jesús, relativamente pocos habían visto al Señor resucitado o escucharon las noticias de que Él, de hecho, se había levantado de la tumba. Los primeros testigos de la resurreción fueron mujeres que visitaron la tumba temprano por la mañana y cuando ellos “volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once y a todos los demás” (Lucas 24:9).
Entre estos discípulos junto con los otros once apóstoles restantes fueron dos que “iban el mismo día a una aldea llamada Emaús” alrededor de 11 kilómetros al oeste de Jesuralén. Mientras viajaban, “iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acaecido” en los últimos días y “mientras hablaban entre sí y se preguntaban el uno al otro” acerca de lo que habían escuchado de las mujeres temprano ese día (Lucas 24:13–15; cf. Marcos 16:12). S. Kent Brown observa: “El punto de discusión entre estos dos discípulos, por supuesto, tiene que ver con la tumba vacía, el hecho que ellos y otros no pueden comprender”1. Además, el verbo traducido como “preguntar” tiene un significado doble de “discutir” y “disputar o debatir”. Por lo tanto, mientras que los dos discípulos viajaban a Emaús, es posible que su discusión involucraba un debate intenso de cómo dar sentido a la “noticia persistente de las mujeres” y “la muerte imprevista de Jesús”2.
Fue durante este tiempo que “Jesús mismo se acercó e iba con ellos juntamente” (Lucas 24:15). Con esta afirmación, Lucas comienza a enfatizar la realidad de la Resurrección de Jesús mediante el uso deliberado de testigos sobre la presencia física de Jesús. Utilizando un pronombre enfático en griego, en español se enfatiza traduciendo la Escritura como “Jesús mismo”, Lucas emplea un verbo que “subraya la experiencia que se aproxima tanto como una revelación diseñada para los dos discípulos como una parte planificada de sus apariciones en la resurrección”3. Al igual que los demás relatos evangélicos, Lucas se muestra inflexible a la hora de señalar cuántas personas de diversas procedencias dieron testimonio de la resurrección del Salvador para demostrar la autenticidad de este milagro de milagros4.
Sin embargo, los discípulos no reconocieron a Jesús al principio. Lucas dice que “los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen” (Lucas 24:16), lo que implica “una continua restricción de la vista” por alguien más, es decir, Dios5. Es significativo que la Traducción de José Smith de este versículo añade que los ojos de los discípulos “estaban retenidos o cubiertos”. Por lo tanto, parece que estos dos discípulos todavía no estaban listos para contemplar al Señor resucitado en Su gloria completa, más bien lo veían como a través de un velo, viéndolo como se veía como hombre mortal. Aparentemente, los seres resucitados pueden aparecérsenos y sin embargo verse como mortales normales debido a algún filtro espiritual que cubre nuestros ojos.
Cuando preguntaron a los discípulos por qué estaban tristes, sin darse cuenta le dijeron a Jesús que en realidad habían estado reflexionando sobre Él y su ministerio. En su respuesta, se percibe la frustración que experimentaban al tratar de asimilar todo lo que acababa de suceder:
De Jesús nazareno, que fue varón aprofeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte y le crucificaron. Mas nosotros esperábamos que él era el que iba a redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es el tercer día desde que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que fueron temprano al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes les dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron (Lucas 24:19–24).
“En sus palabras”, observó Brown, “está implícita la idea incorrecta y generalizada de que el Mesías debe llevar a cabo una liberación esperada” del cautiverio romano6. De hecho, el verbo traducido como “iba a redimir ” empleado por estos dos discípulos “tiene que ver con Jesús rescatando a Israel como pueblo mediante el poder militar en lugar de haber pagado un rescate por los pecados o pagando un precio para lograr la salvación, como en otros pasajes”7. Basarse en estas nociones erróneas de quién sería el Cristo fue sin duda una gran parte de la razón por la que estos discípulos simplemente lo identificaron ahora como “un profeta poderoso en palabra y obra”. Sin embargo, estos dos hombres son incapaces de reconciliar sus ideas que están fuera de lugar con los acontecimientos recientes.
Sin embargo, Jesús responde apelando a las Escrituras: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27). Notablemente, es aquí donde la comprensión de las Escrituras por parte de los dos discípulos adquiere un nuevo significado y los hombres son finalmente capaces de captar el verdadero significado de muchas Escrituras8. De esta manera, Jesús corrigió estas erróneas comprensiones y les enseñó cómo reconocerle correctamente en las Escrituras.
Finalmente, una vez que los tres entraron en Emaús, los dos discípulos se sintieron tan conmovidos que invitaron a Jesús a pasar la noche con ellos (véase Lucas 24:28-29). Tras entrar en casa de uno de los dos discípulos, Jesús “tomó el pan, lo bendijo, y lo partió y les dio” en una cena (Lucas 24:30). Esta escena hace recordar la Última Cena y la institución del sacramento, que debía realizarse en memoria de Jesús. Brown observa: “Aunque el Salvador no pronuncia palabras que conviertan la comida en sacramento, la comida adquiere un carácter sacramental o sagrado por ser Él quien es”9.
Ahora que los discípulos habían oído a Jesús enseñar las Escrituras y habían recibido un símbolo de Su cuerpo crucificado y resucitado, “fueron abiertos los ojos de ellos y le reconocieron” (Lucas 24:31). Ahora eran capaces de discernir la plena gloria y presencia del Señor, convirtiéndose en dos importantes testigos de la realidad de Su gloriosa Resurrección. Habiendo aprendido ahora la verdadera naturaleza del Mesías y habiéndole visto con sus ojos, pudieron salir eficazmente a difundir Su Evangelio.
Uno de los mayores retos que experimentaron muchos de los primeros cristianos durante esta época fue conciliar sus propias expectativas previas sobre quién sería el Mesías con lo que habían experimentado personalmente. Al igual que los discípulos de Emaús, muchos creyeron inicialmente que Jesús vendría ante todo como un conquistador que reclamaría el trono davídico y redimiría a Israel del dominio romano. En consecuencia, es comprensible que se sintieran confusos cuando Jesús permitió voluntariamente ser crucificado por hombres malvados, a pesar de que Jesús había profetizado con frecuencia sobre su muerte y resurrección10.
En lugar de cumplir las expectativas militaristas de gran parte de la población judía, Jesús vino primero como vencedor no de Roma, sino de la muerte y el pecado. Jesús deja claro que todos los profetas que han existido dieron testimonio de Él, tanto de su ministerio mortal como de su reinado milenario. En resumen, toda la Escritura se centra en Jesucristo y en Su sacrificio expiatorio.
Así se expresa claramente en el Libro de Mormón. “Y hablamos de Cristo”, registró Nefi, “nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26). Así como toda la visión de Nefi sobre las Escrituras había cambiado drásticamente cuando el profeta tuvo una visión del Salvador (véase 1 Nefi 11-13)11, así también los antiguos discípulos del Viejo Mundo comenzaron a comprender la plenitud de las Escrituras cuando hablaron con Jesús resucitado y lo vieron.
Los lectores modernos de las Escrituras tendrán que seguir de vez en cuando el ejemplo de los dos discípulos de Emaús. Como cada uno de nosotros se acerca al Señor con sus propios puntos de vista e ideas, podemos buscar en su ejemplo la humildad para dejar de lado nuestras propias ideas en favor de la verdad del evangelio. A medida que estudiamos las Escrituras, podemos llegar a conocer más plenamente a Jesucristo y Su voluntad, y como los discípulos de Emaús, también nosotros podremos preguntar: “No ardía nuestro corazón en nosotros” al acercarnos al Señor con toda sinceridad de corazón y recibir Su presencia aunque no lo sepamos (Lucas 24:32).
S. Kent Brown, “Luke Chapter 24”, en The Testimony of Luke (Provo, UT: BYU Studies, 2014), 1103–1142.
Julie M. Smith, “The Resurrection”, en New Testament History, Culture, and Society: A Background to the Texts of the New Testament, ed. Lincoln H. Blumell (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 2019), 377–392.
1. S. Kent Brown, The Testimony of Luke (Provo, UT: BYU Studies, 2014), 1116.
2. Brown, Testimony of Luke, 1116.
3. Brown, Testimony of Luke, 1117.
4. Véase Central del Libro de Mormón, “¿Por qué son creíbles los relatos evangélicos de la resurrección? (Lucas 24:5–6) ”, KnoWhy 665 (10 de abril de 2023). Brown, Testimony of Luke, 1117–1118, identifica de forma similar a Cleofas, uno de estos dos discípulos (y que también puede haber sido tío de Jesús), como el testigo ocular que dio a Lucas la información necesaria para añadir este relato a su registro.
5. Brown, Testimony of Luke, 1117.
6. Brown, Testimony of Luke, 1119.
7. Brown, Testimony of Luke, 1119.
8. Una experiencia similar se registra en Hechos 8:26-40, donde Felipe bautiza a un eunuco etíope tras abrirle las Escrituras (concretamente Isaías 53:7-8).9. Brown, Testimony of Luke, 1124.
10. Véase, por ejemplo, Mateo 16:21–23; 17:22–23; 20:17–19; Marcos 8:31–32; 9:30–32; 10:32–34; Lucas 9:21–22; 9:43–45; y 18:31–34.11. See, for example, John W. Welch, “Getting through Isaiah with the Help of the Nephite Prophetic View”, en Isaiah in the Book of Mormon, ed. Donald W. Parry y John W. Welch (Provo, UT: Foundation for Ancient Research and Mormon Studies, 1998), 19–45.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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