Tras ser expulsado de Tesalónica y Berea por una turba enfurecida, Pablo fue llevado a Atenas por los santos fieles para su propia seguridad (véase Hechos 17:1-15). Mientras Pablo esperaba a que sus compañeros, Silas y Timoteo, se reunieran con él, “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría. Así que discutía en la sinagoga con los judíos y con los creyentes, y en la plaza cada día con los que allí concurrían” (Hechos 17:16–17).
Mientras Pablo predicaba en el ágora, atrajo la atención de “algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos”, que tenían actitudes diversas ante lo que oían “y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero?” Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba a Jesús y la resurrección” (Hechos 17:18). Así que llevaron a Pablo a reunirse con el Areópago en Atenas justo al lado de la Acrópolis. Allí los gobernantes de la ciudad lo invitaron a explicar con mayor detalle la nueva doctrina que estaba predicando.
Pablo comenzó su conocido discurso hablando del culto ateniense a un dios desconocido (Hechos 17:23). Aquí, Pablo demuestra un profundo conocimiento de la lengua y la cultura de su auditorio. A medida que los biblistas han estudiado el discurso explicativo de Pablo, ha quedado claro que Pablo estaba familiarizado con las ideas comunes en los círculos filosóficos griegos. Como había crecido en Tarso, la capital de la provincia romana de Cilicia, Pablo probablemente se educó allí y habría recibido clases de lengua griega, literatura, historia y gobierno público. Ahora, en Atenas, Pablo podía hacer una crítica profética eficaz de muchas de las ideas que prevalecían en la sociedad ateniense, “contrastando la supuesta piedad ateniense con la verdad sobre la humanidad, sus orígenes y su relación con el Dios verdadero”1.
Uno de los filósofos más destacados que conoció Atenas, por ejemplo, fue Sócrates, famoso por haber sido juzgado por sus creencias y condenado a muerte en esta misma colina en el año 399 a. C., casi cinco siglos antes. Aunque es posible que Pablo no conociera en profundidad todas las obras de Sócrates, el biblista Craig S. Keener ha observado cómo Pablo es descrito en Hechos 17 como un “nuevo Sócrates” por su audiencia en esta colina2. En su mayor parte, Pablo recurrió a su conocimiento del pensamiento estoico y epicúreo a lo largo de su discurso, ya que intenta compartir el Evangelio en términos que ambos grupos entenderían mejor.
Pablo comienza y termina su discurso, por ejemplo, mencionando la ignorancia de los atenienses sobre el Dios verdadero (véase Hechos 17:23, 30). Mientras que algunos filósofos, como Sócrates, creían “que los que decían tener conocimiento en realidad no lo tenían”3, la mayoría de los filósofos (como los que se encontraban en presencia inmediata de Pablo) valoraban el conocimiento de forma elevada y confiada. En concreto, muchos pensadores griegos valoraban el conocimiento de las deidades, “y la ignorancia de una deidad no solía ser un cumplido”4. Sin embargo, Pablo no dejó que los atenienses permanecieran en la ignorancia, sino que pasó a enseñarles la verdadera naturaleza de Dios y cómo podían llegar a conocerlo.
Un aspecto de esta ignorancia probablemente incluía el rechazo de los epicúreos a los templos y sacrificios; veían el ejercicio intelectual como la única forma razonable de culto5. Aunque les hubiera entusiasmado oír a Pablo enseñar que a Dios no es “honrado [literalmente, “servido”] por manos de hombres, como si [Dios] necesitara de algo”, habrían rechazado inmediatamente el resto de la afirmación de Pablo porque este declaró que servir a Dios nos permite “[palparle para hallarle]” (Hechos 17:25, 27). El hecho de que Dios no requiera nuestra adoración no significa que no desee que Sus hijos se acerquen a Él y lleguen a conocerlo, especialmente en las ordenanzas realizadas en el templo.
Evaluando a su audiencia, Pablo tenía más en común con los estoicos que con los epicúreos. Por ejemplo, por un lado, los epicúreos creían en Dios, pero lo veían “como un ser imperturbable, ajeno a las preocupaciones y afanes humanos”6. Pablo, sin embargo, sostenía que Dios estaba íntimamente implicado en los detalles de nuestras vidas, hasta el punto de darnos “vida, y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:25). Los estoicos, por su parte, sostenían que Dios estaba activo en el mundo, por lo que podrían haber estado de acuerdo con muchas de las enseñanzas de Pablo.
Es posible que los estoicos también estuvieran más abiertos a la idea de una resurrección que los epicúreos, que rechazaban cualquier idea de una vida después de la muerte y probablemente fueron los que se burlaron de Pablo “cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos” (Hechos 17:32)7. Aunque ambos grupos de filósofos creían en vivir según la propia razón y formación, Pablo enseñó poderosamente que eso no era suficiente. Más bien, todas las personas deben arrepentirse y vivir según la voluntad de Dios (véase Hechos 17:30). Pablo citó además a los poetas griegos Epiménides y Arato para demostrar tanto a los epicúreos como a los estoicos cómo “algunos de vuestros propios poetas también dijeron: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:28), refiriéndose a su condición de hijos de Dios8. Sin embargo, ni siquiera estos famosos filósofos podían llegar a comprender realmente lo que significaba su declaración sin apoyarse en el Espíritu y escuchar al Señor y a sus profetas. Por esta razón, Pablo invitó a los atenienses a “que buscasen a Dios […] si quieren hallarle, porque él no está lejos de cada uno de nosotros” (TJS Hechos 17:27).
En última instancia, aunque las enseñanzas de Pablo no hayan tenido un efecto duradero en algunos de estos filósofos que no estaban dispuestos a arrepentirse, algunos de ellos sí creyeron y fueron bautizados (véase Hechos 17:34). Sin embargo, los filósofos acabarían obstaculizando la predicación de Pablo más adelante en su ministerio. Unos dos años después de esta experiencia, Pablo escribiría a sus conversos de Corinto advirtiéndoles de que no permitieran que sus estudios e intereses filosóficos afectaran a su fe, declarando: “[V]uestra fe no estuviese fundada en la sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:5)9.
Puede que no sepamos exactamente cuál fue la educación de Pablo, pero está claro que el apóstol recibió una amplia formación en las escuelas clásicas de pensamiento, además de su formación bajo Gamaliel en el aprendizaje de las leyes y las escrituras judías (véase Hechos 22:3). Mientras que muchos filósofos resultarían perjudiciales para la fe de algunos cristianos, Pablo fue capaz de utilizar poderosamente su formación secular y espiritual para llevar el evangelio a muchos que de otro modo no habrían escuchado el mensaje.
La filosofía griega seguiría teniendo una relación inestable con el cristianismo durante los siglos siguientes. Como han observado Daniel W. Graham y James L. Siebach, gran parte de la ciencia romana se enraizó provechosamente en las matemáticas, el análisis y la filosofía griega y, por tanto, logró importantes avances de los que aún dependemos hoy en día10. Sin embargo, lo que no podía hacer era sustituir a la revelación como medio adecuado para el conocimiento de Dios. Más bien, “podemos utilizar métodos racionales para organizar las enseñanzas de las Escrituras, y podemos evaluarlas provechosamente mediante el uso de la razón. Pero no necesitamos adherirnos a ninguna escuela de filosofía griega para entender la doctrina cristiana; al contrario, debemos utilizar la doctrina cristiana para evaluar las teorías filosóficas”11.
El problema de depender principalmente de las teorías filosóficas se acentuó en los siglos III y IV, cuando “los pensadores cristianos creyeron que la cuestión de la naturaleza de Dios era una de esas indagaciones teológicas que el Nuevo Testamento no dilucidaba suficientemente” y empezaron a forzar su doctrina para alinearla con las escuelas filosóficas12. En lugar de seguir el ejemplo de Pablo y basar su fe en las Escrituras, dilucidadas por las enseñanzas de los profetas, se basaron en las filosofías de los hombres, y solo utilizaron las Escrituras cuando era necesario para darles una sombra de autoridad13.
Tal base para la creencia no puede durar. En el Libro de Mormón, Jacob testificó que “bueno es ser instruido, si hacen caso de los consejos de Dios” (2 Nefi 9:29). De hecho, el Señor nos anima a obtener una educación fiel también en los tiempos modernos: “[B]uscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118). La experiencia de Pablo en Atenas refleja exactamente este principio. Un conocimiento verdadero y salvador sobre la naturaleza de Dios y el evangelio no es algo que podamos elaborar nosotros mismos para adaptarlo a nuestras propias predilecciones. Más bien, la verdad y la bondad deben ir acompañadas de la voluntad de seguir a Dios y aceptar Su voluntad en nuestras vidas.
Al seguir el ejemplo de Pablo, podemos “buscar más plenamente el aprendizaje, incluso por el estudio y también por la fe” y tratar de mantener el Espíritu en nuestras vidas. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado: “Conviértanse en estudiantes dedicados. Aplíquense de lleno a las Escrituras para comprender mejor la misión y el ministerio de Cristo. Conozcan la doctrina de Cristo para que comprendan el poder que ella tiene para su vida”14. Al hacerlo, podremos, como Pablo, distinguir más claramente la verdad del error, tomar decisiones más inspiradas y llegar a sentir el amor del Salvador con más fuerza en nuestras vidas.
Bryce Gessell, “Greco-Roman Philosophy and the New Testament”, En New Testament History, Culture, and Society: A Background to the Texts of the New Testament, ed. Lincoln H. Blumell (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 2019), 178–193.
Eric D. Huntsman, “‘The Wisdom of Men’: Greek Philosophy, Corinthian Behavior, and the Teachings of Paul”, en Shedding Light on the New Testament: Acts–Revelation, ed. Ray L. Huntington, Frank F. Judd Jr. y David M. Whitchurch (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 2009), 67–97.
Gary Layne Hatch, “Paul among the Rhetoricians: A Model for Proclaiming Christ”, en The Apostle Paul: His Life and His Testimony, ed. Paul Y. Hoskisson (Salt Lake City, UT: Deseret Book, 1994), 65–79.
Richard P. Anderson, “Rhetoric versus Revelation: A Consideration of Acts 17, Verses 16 to 34”, en The New Testament and the Latter-day Saints, ed. H. Dean Garrett (Orem, UT: Randall Book, 1987), 23–41.
1. Nicholas J. Frederick, “The Life of the Apostle Paul: An Overview”, en New Testament History, Culture, and Society: A Background to the Texts of the New Testament, ed. Lincoln H. Blumell (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 2019), 408.
2. Por ejemplo, Keener señala que “cuando un filósofo era rechazado por su sabiduría, podía ser comparado con Sócrates” por biógrafos posteriores. Craig S. Keener, Acts: An Exegetical Commentary, 4 vols. (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2014), 3:2606; véase más en general las páginas 3:2603-2612 para un análisis de esta comparación, así como de las similitudes entre el discurso de Pablo y las enseñanzas de Sócrates. Otros eruditos han observado asimismo aparentes similitudes entre el juicio y las enseñanzas de Sócrates con el discurso de Pablo, lo que demuestra que Pablo pudo incluso conocer las enseñanzas de Sócrates e inspirarse intencionadamente en ellas para su audiencia. Véase Richard I. Pervo, Acts: A Commentary (Minneapolis, MN: Fortress Press, 2009), 428–429. Para un análisis de estas comparaciones señaladas, así como de diferentes observaciones sobre estas similitudes, véase J. Andrew Cowan, “Paul and Socrates in Dialogue: Points of Contact between the Areopagus Speech and the Apology”, New Testament Studies 67 (2021): 121–133.
3. Cowan, “Paul and Socrates in Dialogue”, 130. En el Eutifrón de Platón, las creencias de Sócrates se extendían al ámbito religioso, donde Sócrates expresaba su frustración por ser perseguido por no aceptar ciegamente las historias que le contaban sobre los dioses, concluyendo que poco podía aprender sobre ellos. Esto contrasta mucho con Pablo, quien creía que podíamos aprender sobre Dios y llegar a ser como Él.
4. Keener, Acts, 3:2635.
5. Véase Keener, Acts, 3:2639. Este punto se encuentra igualmente en el Eutifrón de Platón, que contiene un relato de las últimas enseñanzas de Sócrates antes de su ejecución. Véase Plato, Euthyphro 14e–15a; Cowan, “Paul and Socrates in Dialogue”, 131; Pervo, Acts,434–435n93.
6. Bryce Gessell, “Greco-Roman Philosophy and the New Testament”, en New Testament History, Culture, and Society, 185.
7. Véase Gessell, “Greco-Roman Philosophy”, 187.
8. Frederick, “Life of the Apostle Paul”, 394.
9. Para más información sobre la refutación de las filosofías por Pablo en 1 Corintios, véase Eric D. Huntsman, “‘The Wisdom of Men’: Greek Philosophy, Corinthian Behavior, and the Teachings of Paul”, en Shedding Light on the New Testament: Acts–Revelation, ed. Ray L. Huntington, Frank F. Judd Jr. y David M. Whitchurch (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 2009), 67–97.
10. Daniel W. Graham y James L. Siebach, “The Introduction of Philosophy into Early Christianity”, en Early Christians in Disarray: Contemporary LDS Perspectives on the Christian Apostasy, ed. Noel B. Reynolds (Provo, UT: Foundation for Ancient Research and Mormon Studies [FARMS], 2005), 212.
11. Graham y Siebach, “Introduction of Philosophy into Early Christianity”, 218–219.
12. Graham y Siebach, “Introduction of Philosophy into Early Christianity”, 221.
13. Para un excelente tratamiento de la introducción de la filosofía en la Iglesia en sustitución de la revelación profética, véase Hugh Nibley, “Prophets and Philosophers”, en The World and the Prophets (Provo, UT: FARMS; Salt Lake City, UT: Deseret Book, 1987), 33–43; Graham y Siebach, “Introduction of Philosophy into Early Christianity”, 205–238.
14. Russell M. Nelson, “Cristo ha resucitado; la fe en Él moverá montes”, Conferencia general, abril de 2021.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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