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KnoWhy #669

¿Qué enseña la parábola del hijo pródigo acerca del arrepentimiento?

mayo 10, 2023
KnoWhy #669
Representación de la parábola de Jesús del Hijo Pródigo.
Ambos hijos están representados en un video de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que representa la parábola de Jesús del Hijo Pródigo.
“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad la mejor ropa y vestidle; y poned un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado”.
Lucas 15:22-24

El conocimiento

Mientras Jesús enseñaba en una ocasión, le siguió una gran multitud. Una gran parte de esta multitud incluía a “publicanos y pecadores” interesados en escuchar el evangelio, lo que enfureció a los fariseos y saduceos que estaban presentes y les llevó a murmurar entre ellos y decir: “Este a los pecadores recibe y con ellos come” (Lucas 15:1-2).

Este comentario suscitó tres parábolas de Jesús sobre el arrepentimiento y el gozo. La última de las tres, a menudo llamada la parábola del hijo pródigo, ejemplifica claramente la necesidad que tienen todas las personas de arrepentirse, demostrando cómo dos hijos diferentes de un padre amoroso necesitaron y obtuvieron su misericordia.

Según esta parábola, “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. Y no muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (Lucas 15:11-13).

Como han señalado John y Jeannie Welch, esta parábola “es una historia sobre perderse, perderse de verdad”. A diferencia de la oveja que se aleja despistada y se pierde físicamente [Lucas 15:4-7], y a diferencia de la moneda que no tiene nada que ver con perderse de vista en algún rincón polvoriento [Lucas 15:8-10], el hijo menor había abandonado su hogar de forma intencionada, rebelde e insolente. … Se perdió de una manera espiritual que solo él puede deshacer”1. Tomó su parte de la herencia familiar y se fue y la consumió en una vida desenfrenada.

Sin embargo, el orgullo de este hijo menor le causaría mucho sufrimiento. La parábola continúa: “Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el que le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba” (Lucas 15:14-16). El triste estado de vida de este hijo en ese momento queda especialmente claro en un proverbio talmúdico posterior: “Maldito el que cría cerdos, y maldita la persona que enseña a su hijo la sabiduría griega”2.

Sobre la terrible situación en la vida de este hijo, causada especialmente por sus muchas malas elecciones, el élder Jay E. Jensen señaló una vez: “Caer tan bajo solo podía ilustrar con mayor fuerza el tema principal de la parábola: ¿puede un porquero, alguien que ocupa una posición baja, vil y degradante, ser aceptado, ser perdonado y permitírsele regocijarse ‘delante de los ángeles de Dios’?” 3 La respuesta, por supuesto, es sí: por muy perdido que estuviera este hijo, su padre se preocupaba por él con un amor infinito.

Al final, el hijo recapacita y emprende un largo y humillante camino de vuelta a casa. Aunque el hijo estaba dispuesto a ser un siervo para su padre, “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y le besó” (Lucas 15:20). A continuación, el padre mata el ternero cebado para el sacrificio y celebra una gran fiesta por el regreso de su hijo descarriado.

En este sentido, el padre de esta parábola representa a Dios: “El padre era paciente, generoso, comprensivo y alegre. Sobre todo, estaba lleno de compasión”4. Estos rasgos ejemplifican perfectamente el amor y la preocupación de Dios por todos nosotros. Por eso, “los detalles de esta historia, que relatan los pasos dados por el desesperado hijo menor, muestran perfectamente cómo uno puede arrepentirse, reparar y reconstruir una relación rota de confianza mutua”5.

En muchos sentidos, el hijo menor representa a todos, “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Todos necesitamos arrepentirnos y, en distintos momentos de nuestra vida, tendremos que volver en nosotros mismos y reconocer lo que tenemos que hacer para arrepentirnos, cambiar y volver a casa (véase Lucas 15:17).

Sin embargo, a menudo se pasa por alto en esta parábola la situación del hijo mayor, que permaneció fiel a su padre durante largos años. Como describe esta parábola, este hijo también estaba perdido y necesitaba que su padre saliera a salvarle. Cuando el hijo mayor se enteró de que su hermano menor había vuelto a casa, “se enojó y no quería entrar. Salió, por tanto, su padre y le rogaba que entrase” (Lucas 15:28). Enfadado y quizá con razón indignado por la insensatez y la falta de respeto de su hermano hacia su padre y hacia toda la familia durante largos años, fue incapaz de ver los problemas y el profundo arrepentimiento posterior que había experimentado su hermano.

Como observa el élder Jensen, “el hecho de que el padre dejara la fiesta, cosa que no tenía por qué hacer, y suplicara a su hijo es para mí una prueba de la misericordia y la condescendencia de Dios Padre”6. En sus fervientes súplicas a su hijo, le tranquiliza: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lucas 15:31), y le insta a mirar con compasión a su hermano, que había pasado años en un estado de muerte espiritual: “[P]orque este, tu hermano, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado” (Lucas 15:32).

Tal súplica habría sido una reprimenda eficaz contra los implacables fariseos en la audiencia de Jesús, a quienes iban dirigidas inicialmente estas tres parábolas. En última instancia, eran ellos quienes reflejaban más que nadie las actitudes del hijo mayor, y tanto el Padre como el Hijo deseaban su arrepentimiento tanto como el de los publicanos y pecadores: “El Salvador abrigaba esperanzas para ellos. Si se dejaban rogar, podrían gozar de las bendiciones del cielo. Si aceptaban y seguían el consejo del Padre, Él les diría: ‘[T]odas mis cosas son tuyas’. Si se negaban a aceptar el mensaje, su actitud hipócrita y farisaica (como la del hijo mayor) les llevaría a la destrucción”7.

El porqué

El rey Benjamín planteó una vez la pregunta: “¿[N]o somos todos mendigos?” (Mosíah 4:19). Tal pregunta describe eficazmente cómo debemos interpretar esta parábola. Todos nosotros, ya sea que nos hayamos desviado del camino del convenio por un tiempo o que hayamos permanecido obedientes a nuestro Padre Celestial, necesitamos la salvación. Todos dependemos de Jesucristo y de Su expiación cada día de nuestras vidas.

El élder Jeffrey R. Holland describió a los dos hijos de esta historia: “Sin duda, ese hermano menor había estado prisionero, vale decir, prisionero del pecado, de la estupidez y del chiquero. Pero el hermano mayor también vive en una especie de prisión, pues hasta ahora no ha podido salir de la cárcel de sus dañinos conceptos; está obsesionado por los celos de ojos verdes. Piensa que su padre no sabe valorarle y que su hermano le ha privado de sus derechos cuando en realidad no es así”8.

Sin embargo, a pesar de nuestra condición descarriada y perdida y sin importar nuestras circunstancias, el Padre nos tratará con gozo y amor: “El padre de esta historia no tienta a sus hijos. No los mide sin piedad con sus vecinos. Ni siquiera los compara entre sí. Sus gestos de compasión hacia uno no requieren una retirada o negación del amor por el otro. Es divinamente generoso con ambos hijos. Hacia ambos hijos extiende la caridad”9. En última instancia, la misericordia y la compasión del Señor se extienden a todos sus hijos que se acercan a Él y se esfuerzan por perdonar como Él perdona. En lugar de sentir envidia por el regreso de un descarriado, todos podemos alegrarnos generosamente junto con nuestro Padre y con toda la familia humana por el regreso de cualquier otro, ofreciendo sinceramente el sacrificio de un corazón quebrantado y de un espíritu contrito y perdonador.

Otras lecturas

John W. Welch y Jeannie S. Welch, The Parables of Jesus: Revealing the Plan of Salvation (American Fork, UT: Covenant Communications, 2019), 102–111.

Jay E. Jensen, “The Parable of the Two Sons: A Revelation about God”, en Sperry Symposium Classics: The New Testament, ed. Frank F. Judd Jr. y Gaye Strathearn (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City: Deseret Book, 2006), 25–35.

Jeffrey R. Holland, “El otro hijo pródigo”, Conferencia general, abril de 2002.

1. John W. Welch y Jeannie S. Welch, The Parables of Jesus: Revealing the Plan of Salvation (American Fork, UT: Covenant Communications, 2019), 105.
2. Talmud, Sotah 49b:10. Véase también Jay E. Jensen, “The Parable of the Two Sons: A Revelation about God”, en Sperry Symposium Classics: The New Testament, ed. Frank F. Judd Jr. y Gaye Strathearn (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; Salt Lake City: Deseret Book, 2006), 27.
3. Jensen, “Parable of the Two Sons”, 27, citando a Lucas 15:10.
4. Welch y Welch, Parables of Jesus, 103.
5. Welch y Welch, Parables of Jesus, 106.
6. Jensen, “Parable of the Two Sons”, 31.
7. Jensen, “Parable of the Two Sons”, 32.
8. Jeffrey R. Holland, “El otro hijo pródigo”, Conferencia general, abril de 2002.
9. Holland, “El otro hijo pródigo”.

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Referencia a las escrituras

Traducido por Central del Libro de Mormón