En el relato de la Creación cósmica en Génesis 1, la culminación de la Creación de Dios es el hombre y la mujer, quienes son creados a “imagen” (selem) y “semejanza” (demut) de Dios (Génesis 1:26–27)1. Durante siglos, la tradición judeocristiana ha debatido con las implicaciones teológicas de esta declaración, ya que la teología dominante tanto en la tradición judía como en la cristiana representa a Dios sin cuerpo, elementos o sentimientos, un ser que no responde, sobre el que no se puede influir ni actuar.
Por ejemplo, un investigador judío analizó que ser a “imagen de Dios” solo implica una variedad de cualidades abstractas (no físicas): “todas aquellas facultades y dones de carácter que distinguen al hombre de la bestia”, como “el intelecto, el libre albedrío, la autoconciencia, la conciencia de la existencia de los demás, la conciencia, la responsabilidad y el autocontrol”2. Asimismo, un investigador cristiano concluyó que “implica que son esas características humanas las que le permiten cumplir con su deber de gobernar la tierra”3. Ninguno de los investigadores menciona o implica la forma física, corporal, como parte de la imagen de Dios.
Sin negar que hay otros factores en juego, la Escritura de la Restauración deja claro que la condición de la humanidad como imagen de Dios incluye un parecido físico con la deidad. En Éter 3, el hermano de Jared “vio el dedo del Señor; y era como el dedo de un hombre, a semejanza de carne y sangre” (Éter 3:6). Debido a su gran fe, “el Señor se le mostró” (v. 13) y le dijo:
“He aquí, soy Jesucristo. … ¿Ves que eres creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen. He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne” (Éter 3:14–16).
Aquí, el Cristo premortal revela que la humanidad fue creada a imagen de su cuerpo espiritual, que tiene la misma forma y apariencia que su futuro cuerpo carnal. De la misma manera, la revisión inspirada de José Smith de Génesis 1:26-27, ahora canonizada como parte del libro de Moisés, indica que la humanidad es a imagen del Cristo premortal, que a su vez Él mismo es a imagen del Padre:
“Y yo, Dios, dije a mi Unigénito, el cual fue conmigo desde el principio: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y fue hecho. … Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé” (Moisés 2:26–27).
Génesis 5:1-3 hace referencia de Génesis 1:26-27, afirmando “que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó”, y añadiendo a continuación que Adán tuvo “un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set”. En el libro de Moisés, esto se revisa para referirse explícitamente a la imagen corporal de Dios:
El día en que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo; a imagen de su propio cuerpo, varón y hembra los creó… Y Adán vivió ciento treinta años, y engendró un hijo a su propia imagen y semejanza, y llamó su nombre Set (Moisés 6:8–10).
El Libro de Mormón y el libro de Moisés fueron traducidos en 1829 y 1830, respectivamente4. De esta manera, la semejanza física de la humanidad con la deidad fue una de las primeras verdades restauradas en los tiempos modernos, una verdad que el propio José Smith seguramente comprendió, incluso antes de la Primera Visión5.
Estos pasajes de las Escrituras de la Restauración reflejan con precisión la comprensión de la “imagen” y “semejanza” de Dios desde la perspectiva del antiguo Cercano Oriente6. En los últimos años, los investigadores bíblicos han reconocido cada vez más que la presentación en forma humana de Dios en la Biblia hebrea no es con la intención de ser interpretada metafóricamente7. En concreto, varios investigadores han señalado que el hecho de que el hombre sea a “imagen” (selem) y “semejanza” (demut) de Dios en Génesis 1:26-27 y 5:1-3 tiene un aspecto físico, precisamente como se indica en la escritura de la Restauración.
Por ejemplo, el eminente investigador bíblico David Noel Freedman explicó:
[N]osotros notamos que el género humano ocupa un estatus único en contraste con todos los demás seres creados en la tierra: siendo hechos a imagen y semejanza de Dios. La semejanza básica está en la apariencia física, como muestra el estudio de la etimología y el uso de ambos términos. … Estos términos se utilizan en las lenguas afines de las estatuas que representan a los dioses y a los humanos en las inscripciones contemporáneas, y ciertamente la intención es decir que Dios y el hombre comparten una apariencia física común8.
De igual manera, después de citar Génesis 1:27, Charles Halton afirma: “Parece bastante sencillo que si Dios creó a los seres humanos a imagen y semejanza de la divinidad, entonces Dios debe parecerse a un ser humano9. Benjamin Sommer también declara: “Los términos utilizados en Génesis 1:26-27, demut y selem… pertenecen específicamente a los contornos físicos de Dios. Esto queda especialmente claro cuando se estudian los términos en su antiguo contexto semítico. Se utilizan para referirse a representaciones visibles y concretas de objetos físicos… [y] no hay pruebas que sugieran que debamos leer estos términos como algo metafórico y abstracto”10.
Tanto los antiguos judíos como los primeros cristianos reconocieron la descripción bíblica de la “imagen” de Dios como la del hombre y tomaron tales descripciones de manera literal11. El teólogo David L. Paulsen ha demostrado que fue solo después de que el cristianismo y el judaísmo fueron influenciados por la metafísica filosófica griega que tales interpretaciones cambiaron12.
José Smith enseñó que “se precisa que tengamos un entendimiento de Dios mismo en el principio”, y subrayó que para obtener una comprensión correcta de Dios, debemos partir de una base sólida. Si empezamos bien, es fácil seguir marchando bien; pero si empezamos mal, podemos desviarnos y será difícil volver a orientarnos”13. Tener una comprensión correcta de la encarnación de Dios, y del significado de que la humanidad sea a “imagen” y “semejanza” de Dios, es fundamental para conseguir una relación adecuada entre Dios y el hombre.
La clara implicación de que la humanidad, tanto el hombre como la mujer, ha sido creada a imagen de Dios es que todos los hombres y mujeres son descendientes de Dios. Halton argumenta citando Génesis 5:1-3: “Nos parecemos a lo divino porque somos la descendencia de Dios”14. Los profetas y apóstoles y otros siervos del Señor han enseñado repetidamente la importancia de esta verdad solemne. Por ejemplo, el presidente Hugh B. Brown enseñó:
Para nosotros, Dios no es una abstracción, no es una idea, un principio metafísico, una fuerza o un poder impersonal; es una persona palpable y viva. Y aunque en nuestra fragilidad humana no podamos conocer el misterio total de su ser, sabemos que es semejante a nosotros… y es, de hecho, nuestro Padre. … Reafirmamos la doctrina de la antigua escritura y de todos los profetas que afirman que el hombre fue creado a imagen de Dios y que Dios poseía cualidades humanas como la conciencia, la voluntad, el amor, la misericordia, la justicia; en otras palabras, es un ser exaltado, perfeccionado y glorificado15.
Esta comprensión apropiada de Dios hace que la relación de cada individuo con Dios sea íntima y personal. También promueve una visión ennoblecedora de los hombres y mujeres en todas partes. En el contexto del antiguo Cercano Oriente, comúnmente se pensaba que la “imagen de Dios” (o de los dioses) estaba investida de realeza, pero en Génesis extiende este concepto real a toda la humanidad16.
Además, Dios ordenó a los israelitas que no hicieran imágenes talladas de Dios para inclinarse y adorar (véase Éxodo 20:3–4; Deuteronomio 4:15–19), al menos parcialmente porque en lugar de “imágenes mudas” (Habacuc 2:18), la verdadera imagen de Dios se manifiesta en personas que viven y respiran17. Esto significa que todo ser humano merece ser tratado con dignidad y respeto como hijo de Dios y reflejo de su imagen y semejanza. Como enseñó el presidente Joseph Fielding Smith:
El Dios al que adoramos es un Ser glorificado en quien mora todo poder y toda perfección, y ha creado al hombre a Su propia imagen y semejanza (Gén. 1:26-27), con las características y atributos que Él mismo posee. Y así, nuestra creencia en la dignidad y el destino del hombre es una parte esencial tanto de nuestra teología como de nuestra forma de vida. Es la base misma de la enseñanza de nuestro Señor que “el primer y gran mandamiento” es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”; y que el segundo gran mandamiento es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37–39)18.
Aaron P. Schade and Matthew L. Bowen, The Book of Moses: From the Ancient of Days to the Latter Days (Salt Lake City, UT: Deseret Book; Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 2021), 131–143.
Brant A. Gardner, Second Witness: Analytical and Contextual Commentary, 6 vols. (Salt Lake City, UT: Greg Kofford Books, 2007), 6:191–194.
David L. Paulsen, “The Doctrine of Divine Embodiment: Restoration, Judeo-Christian, and Philosophical Perspectives“, BYU Studies Quarterly 35, no. 4 (1995–1996): 7–94.
Edmond LaB. Cherbonnier, “In Defense of Anthropomorphism“, en Reflections on Mormonism: Judaeo-Christian Parallels, ed. Truman G. Madsen (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1978), 155–171.
1. Para conocer sobre la humanidad como la culminación de la creación de Dios, véase Gordon J. Wenham, “Génesis”, en Eerdmans Commentary on the Bible, ed. James D. G. Dunn y John W. Rogerson (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003), 38–39.
2. Nahum M. Sarna, Understanding Genesis: Through Rabbinic Tradition and Modern Scholarship (New York, NY: Jewish Theological Seminary of America, 1966), 15–16.
3. Wenham, “Genesis”, 39.
4. John W. Welch, “The Miraculous Timing of the Translation of the Book of Mormon”, en Opening the Heavens: Accounts of Divine Manifestations, 1820–1844, 2da. ed., ed. John W. Welch (Salt Lake City, UT: Deseret Book; Provo, UT: BYU Press, 2017), 123, fecha de traducción de Éter 3 el 25 de mayo de 1829. Patrick A. Bishop, Day After Day: The Translation of the Book of Mormon, 2da. ed. (Salt Lake City, UT: Eborn Books, 2018), 101, lo fecha unos días antes del 21 de mayo de 1829. Sobre la fecha de traducción del libro de Moisés, véase Kent P. Jackson, The Book of Moses and the Joseph Smith Translation (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 2005), 3.
5. Para un análisis más completo de la encarnación de Dios en las primeras etapas de la Restauración, véase David L. Paulsen, “The Doctrine of Divine Embodiment: Restoration, Judeo-Christian, and Philosophical Perspectives“, BYU Studies Quarterly 35, no. 4 (1995–1996): 9–39. Véase también Terryl L. Givens, Wrestling the Angel: The Foundations of Mormon Thought—Cosmos, God, Humanity (New York, NY: Oxford University Press, 2015), 89–95. Sobre lo que José habría sabido del cuerpo de Dios después de la Primera Visión, véase John W. Welch, “When Did Joseph Smith Know that the Father and the Son Have Bodies as Tangible as Man’s?“, BYU Studies Quarterly 59 no. 2 (2020): 298–310.
6. Véase Brant A. Gardner, Second Witness: Analytical and Contextual Commentary, 6 vols. (Salt Lake City, UT: Greg Kofford Books, 2007), 6:191–194; Aaron P. Schade y Matthew L. Bowen, The Book of Moses: From the Ancient of Days to the Latter Days (Salt Lake City, UT: Deseret Book; Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 2021), 134–137.
7. Para dos investigaciones muy recientes del tema, véase Charles Halton, A Human-Shaped God: Theology of an Embodied God (Louisville, KY: Westminster John Knox, 2021); Francesca Stavrakopoulou, God: An Anatomy (New York, NY: Alfred A. Knopf, 2022). Véase también Esther J. Hamori, “When Gods Were Men”: The Embodied God in Biblical and Near Eastern Literature (New York, NY: Walter de Gruyter, 2008); Benjamin D. Sommer, The Bodies of God in the World of Ancient Israel (New York, NY: Cambridge University Press, 2009); Mark S. Smith, Where the Gods Are: Spatial Dimensions of the Anthropomorphism in the Biblical World (New Haven, CT: Yale University Press, 2016); Andreas Wagner, God’s Body: The Anthropomorphic God in the Old Testament (New York: T&T Clark, 2019). Para un análisis anterior del tema, que es más filosófico/teológico que histórico-crítico, véase E. LaB. Cherbonnier, “The Logic of Biblical Anthropomorphism”, Harvard Theological Review 55, no. 3 (1962): 187–206. Más adelante, Chebonnier analizó la visión bíblica de un Dios antropomórfico (de aspecto humano) basándose en las enseñanzas de los Santos de los Últimos Días sobre este tema. Véase Edmond LaB. Cherbonnier, “In Defense of Anthropomorphism“, en Reflections on Mormonism: Judaeo-Christian Parallels, ed. Truman G. Madsen (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1978), 155–171.
8. David Noel Freedman, “The Status and Role of Humanity in the Cosmos According to the Hebrew Bible”, en On Human Nature: The Jerusalem Center Symposium, ed. Truman G. Madsen, David Noel Freedman y Pam Fox Kuhlken (Ann Arbor, MI: Pryor Pettengill Publishers, 2004), 16–17, como se cita en Jeffrey M. Bradshaw, In God’s Image and Likeness 1: Creation, Fall, and the Story of Adam and Eve, ed. actualizada. (Salt Lake City, UT: Eborn Books, 2014), 123, cf. págs. 130–131 no. 2-28.
9. Halton, Human-Shaped God, 78.
10. Sommer, Bodies of God, 69–70.
11. Véase Alon Goshen Gottstein, “The Body as Image of God in Rabbinic Literature”, Harvard Theological Review 87, no. 2 (1994): 171–195; David L. Paulsen, “Early Christian Belief in a Corporeal Deity: Origen and Augustine as Reluctant Witnesses”, Harvard Theological Review 83, no. 2 (1990): 105–116; Carl W. Griffin y David L. Paulsen, “Augustine and the Corporeality of God”, Harvard Theological Review 95, no. 1 (2002): 97–118.
12. Paulsen, “Doctrine of Divine Embodiment“, 41–79, que es una importante ampliación de Paulsen, “La creencia de los primeros cristianos en una deidad corpórea”. Paulsen también critica los argumentos filosóficos contra un Dios encarnado en Paulsen, “Doctrine of Divine Embodiment“, 81–94, una adaptación de David Paulsen, “Must God Be Incorporeal?”, Faith and Philosophy 6, no. 1 (1989): 76–87.
13. Joseph Smith, Discourse, 7 April 1844, como se informa en el Times and Seasons, August 15, 1844, 5:613, en línea en josephsmithpapers.org. Esto contrasta con Halton, Human-Shaped God, 18-22, en el que Halton, a pesar de argumentar correctamente que Dios está encarnado, afirma sin embargo que “una comprensión precisa de Dios no es de suma importancia” (p. 18).
14. Halton, Human-Shaped God, 80.
15. Hugh B. Brown, “The Gospel Is for All Men“, Conferencia general, abril de 1969, en línea en scripture.byu.edu.
16. Véase Wenham, “Genesis”, 39.
17. Véase Sommer, Bodies of God, 70. Cathrine L. McDowell, The Image of God in the Garden of Eden: The Creation of Humankind in Genesis 2:5–3:24 in Light of the mīs pî pīt pî and wpt-r Rituals of Mesopotamia and Ancient Egypt (Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2015), argumenta que Génesis 1-3 presenta la creación de la humanidad de una manera que imita los rituales que rodean la creación de ídolos en Mesopotamia y Egipto, lo que implica que los seres humanos ocupan el lugar como la verdadera imagen de Dios. Véase también Catherine McDowell, “Human Identity and Purpose Redefined: Gen 1:26–28 and 2:5–25 in Context”, Advances in Ancient Biblical and Near Eastern Research 1, no. 3 (2021): 29–44. Cf. Sommer, Bodies of God, 19–24.
18. Joseph Fielding Smith, “Our Concern for All Our Father’s Children“, Conferencia general, abril de 1970, en línea en scripture.byu.edu.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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