Riplákish, el décimo rey jaredita, era un gobernante vanidoso e inicuo que “edificó un trono extremadamente hermoso” (Éter 10:6).1 Si bien es difícil determinar el momento exacto, es seguro decir que esta historia sobre un trono extravagante data al principio de la América precolombina.2 El arqueólogo SUD John E. Clark confirma que: “La civilización más antigua de Mesoamérica es conocida por sus elaborados tronos de piedra”.3
Conocido por los estudiosos como los olmecas (ca. 1700-400 a. C.),4 la primera civilización mesoamericana comenzó a construir tronos de piedra entre 1350-1000 a. C.5 Tales tronos solían estar hechos de una sola piedra grande, semejante a un altar, ornamentalmente tallada con representaciones tridimensionales de los mismos gobernantes sentados en lo que parece ser aberturas de cuevas.6
Según la historiadora del arte Mary Ellen Miller, algunos tronos pudieron haber sido pintados o adornados de otra manera en “colores brillantes”.7 Una de esas representaciones de un trono multicolor elaborado aparece en un mural del período Preclásico Medio tardío (ca. 800-500 a. C.) en Oxtotitlán, México, que se parece mucho a un trono olmeca del sitio de La Venta (“Altar 4”).8
Las grandes rocas utilizadas para hacer estos tronos y las piedras colosales de cabezas olmecas podían pesar hasta 40 toneladas y fueron transportadas desde 90 km (cerca de 56 millas).9 “Los estrictos requisitos laborales involucrados en estas operaciones”, explicó Christopher A. Pool, “dan fe del poder excepcional de los gobernantes que los comisionaron”.10
“El trono del altar era una parte integral del aparato de los gobernantes olmecas”, declaró Richard Adams.11 Mary E. Pye explicó que los tronos funcionaban “como marcadores en la jerarquía social y política”.12 De acuerdo con James Porter, los “tronos olmecas desempeñaron un papel en las carreras de los líderes olmecas en proporción a su impresionante apariencia como esculturas”.13
John E. Clark, al escribir con Arlene Colman, notó que la construcción de tronos masivos era una de las formas en que los reyes olmecas se conmemoraban a sí mismos (junto con las cabezas de piedra colosales y las estatuas de figura completa).14 Los tronos olmecas servían como “asientos de poder”, colocando simbólicamente a los gobernantes sentados entre el reino humano y divino,15 y legitimando su alto estatus al establecer continuidad con los antepasados fundadores.16 También posicionaron “al gobernante, tanto figurativa como contextualmente, en control de la fertilidad agrícola”, donde podía controlar “la llegada de las lluvias y, por extensión, la continua abundancia agrícola de las tierras”.17
Para construir un “trono extremadamente hermoso” se requería que Riplákish tuviera el poder suficiente para aprovechar una fuerza de trabajo masiva. Riplákish es representado como el segundo rey después de un tiempo de hambre que había diezmado el reino jaredita (Éter 9:28-35).18 Su padre había comenzado a reconstruir el reino (Éter 10:1-4), y para cuando Riplákish se hizo cargo del reino, ejerció un poder considerable. Impuso a la gente “lo que era difícil de sobrellevar” y los obligó a que “trabajaran continuamente” (Éter 10:5-6).
Al construir un trono elaborado, Kerry Hull propuso que Riplákish probablemente intentaba establecerse a sí mismo controlando las lluvias y otros elementos centrales para el crecimiento agrícola exitoso, ya que él gobernaría tan pronto terminara el tiempo de hambre (Éter 9:28-35).19 También habría hecho lazos con antepasados importantes o fundadores, había inmortalizado a Riplákish en piedra, y lo había representado sentado entre la tierra y el reino sobrenatural o divino. Por lo tanto, al erigir un hermoso trono, Riplákish se posicionó a sí mismo como un líder político y religioso.
Los esfuerzos de Riplákish de representarse a sí mismo como un gran líder y un guía espiritual fue valientemente denunciado por el profeta Éter, quien dijo que “Riplákish no hizo lo que era recto a los ojos del Señor” (Éter 10:5). Tampoco engañó a su gente. Después de haber reinado durante 42 años, “el pueblo se levantó en rebelión en contra de él… al grado de que mataron a Riplákish, y echaron a sus descendientes de la tierra” (Éter 10:8). Cuando esto sucedió, el trono de Riplákish pudo haber sido desfigurado y mutilado para deslegitimar a sus sucesores, como era típico cuando un gobernante olmeca era depuesto.20
En general el libro de Éter representa la construcción de un elegante y elaborado trono muy al principio de la historia de la antigua América la cual es completamente correcta, aunque como lo señala John E. Clark: “Los prejuicios americanos en contra de las tribus nativas en los días de José no tenían cabida para los reyes o sus tiranías”.21 Esto llevó a Clark a preguntar: “¿Cómo pudo conseguir José Smith este detalle correcto?”22 Aunque se puede explicar de varias maneras, el estudio de los primeros tronos precolombinos arrojan considerable información sobre la historia de Riplákish.
John L. Sorenson, Mormon’s Codex: An Ancient American Book (Salt Lake City y Provo, UT: Deseret Book y Neal A. Maxwell Institute for Religious Scholarship, 2013), 515–518.
Brant A. Gardner, Second Witness: Analytical and Contextual Commentary on the Book of Mormon, 6 vols. (Salt Lake City, UT: Greg Kofford Books, 2007), 6:269–273.
John E. Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” Journal of Book of Mormon Studies 14, no. 2 (2005): 45–46.
1. Otros reyes jareditas también se sentaron en un “trono”, aunque ninguno se describe como “extremadamente hermoso” o particularmente elaborado. Véase Éter 7:18; 9:5-6; 14:6,9.
2. La cronología Jaredita carece de una datación externa sólida, por lo que fechar los eventos es difícil y las opiniones varían ampliamente. David Palmer data el reinado de Riplákish cerca del 2020 a. C., y John Sorenson lo data en el año 1900 a. C., mientras que John Clark y Joseph Allen lo datan alrededor de 1200 a. C., y Brant Gardner lo data de alrededor de 800-770 a. C. Véase David A. Palmer, In Search of Cumorah: New Evidence for the Book of Mormon from Ancient Mexico, 2nd edition (Springville, UT: Cedar Fort, 1999), 128; John L. Sorenson, Mormon’s Codex: Ancient American Book (Salt Lake City y Provo, UT: Deseret Book y Neal A. Maxwell Institute for Religious Scholarship, 2013), 515; John E. Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” Journal of Book of Mormon Studies 14, no. 2 (2005): 46; Joseph L. Allen y Blake J. Allen, Exploring the Lands of the Book of Mormon, revised edition (American Fork, UT: Covenant Communications, 2011), 120; Brant A. Gardner, Second Witness: Analytical and Contextual Commentary on the Book of Mormon, 6 vols. (Salt Lake City, UT: Greg Kofford Books, 2007), 6:273.
3. Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” 46.
4. Véase Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” 48. Véase también Joel W. Polka, “Olmec,” en The A to Z of Ancient Mesoamerica (Lenham, MD: Scarecrow Press, 2010), 92–93. Para más información sobre las conexiones entre los olmecas y los jareditas, véase Book of Mormon Central en Español, “¿Por qué el Libro de Mormón incluye el ascenso y la caída de dos naciones? (Éter 11:20-21), KnoWhy 245 (Noviembre 9, 2017).
5. John E. Clark and Arlene Colman, “Time Reckoning and Memorials in Mesoamerica,” Cambridge Archaeological Journal 18, no. 1 (2008): 97. Mary Miller and Karl Taube, An Illustrated Dictionary of the Gods and Symbols of Ancient Mexico and the Maya (New York, NY: Thames and Hudson, 1993), 165 datan los primeros tronos “alrededor de 1200 a. C.”
6. Véase los ejemplos en Mary Ellen Miller, The Art of Mesoamerica: From Olmec to Aztec, 5th edition (New York, NY: Thames and Hudson, 2012), 38–39.
7. Miller, The Art of Mesoamerica, 38.
8. David C. Grove, “The Middle Preclassic Period Paintings of Oxtotitlan, Guerrero,” FAMSI, en línea en https://www.famsi.org/research/grove/index.html; véase también David C. Grove, “Olmec Altars and Myths,” Archaeology 26 (1973): 128–135.
9. Christopher A. Pool, Olmec Archaeology and Early Mesoamerica (New York, NY: Cambridge University Press, 2007), 10. Grandes tronos (anteriormente mal etiquetados como “altares”), posiblemente representaban la conmemoración al antiguo rey, también fueron reescabados en las famosas cabezas colosales olmecas. Véase James B. Porter, “Olmec Colossal Heads as Recarved Thrones: ‘Mutilation,’ Revolution, and Recarving,” Res: Anthropology and Aesthetics 17–18 (Spring–Autumn 1989): 23–30. Por ejemplo, los Monumentos 2 y 53 de San Lorenzo son, según Ann Cyphers, “claramente reescabados de tronos”. Ann Cyphers, “From Stone to Symbols: Olmec Art in Social Context at San Lorenzo Tenochtitlán,” en Social Patterns in Pre-Classic Mesoamerica, ed. David C. Grove and Rosemary A. Joyce (Washington, D.C: Dumbarton Oaks Research Library and Collection, 1999), 163. Véase también Pool, Olmec Archaeology, 121; Richard E. W. Adams, Prehistoric Mesoamerica, 3rd edition (Norman, OK: University of Oklahoma, 2005), 69–70.
10. Pool, Olmec Archaeology, 10.
11. Adams, Prehistoric Mesoamerica, 86.
12. Mary E. Pye, “Themes in the Art of the Preclassic Period,” en The Oxford Handbook of Mesoamerican Archaeology, ed. Deborah L. Nichols and Christopher A. Pool (New York, NY: Oxford University Press, 2012), 800.
13. Porter, “Olmec Colossal Heads as Recarved Thrones,” 24.
14. Clark y Colman, “Time Reckoning,” 96; Pool, Olmec Archaeology, 10.
15. Guersney describe el trono de estilo olmeca en Oxtotitlán, México como “un trono celestial”, que representa a un gobernante “comprometido en la comunión sobrenatural a través de un portal cósmico simbolizado por la apertura del Lóbulo”. Julia Guernsey, Ritual and Power in Stone: The Performance of Rulership in Mesoamerican Izapan–style Art (Austin, TX: University of Texas Press, 2006), 80.
16. Susan D. Gillespie, “Olmec Thrones as Ancestral Altars: The Two Sides of Power,” en Material Symbols: Culture and Economy in Prehistory, ed. John E. Robb (Carbondale, IL: Center for Archaeological Investigations, 1999), 224–253.
17. Guernsey, Ritual and Power in Stone, 80–81. Esto es porque se pensaron como cuevas simbólicas—lugares donde se pensaba que las lluvias provenían del pensamiento mesoamericano.
18. Véase Book of Mormon Central en Español, “¿Por qué las serpientes infestaron las tierras jareditas durante un tiempo de hambre? (Éter 9:31),” KnoWhy 243 (Noviembre 7, 2017).
19. Kerry Hull, comunicación personal con el personal de Book of Mormon Central.
20. Grove señaló que “algunos ‘monumentos mutilados’ al estilo olmeca habrían tenido lugar a la muerte de un líder”. David C. Grove, “Chalcatzingo: A Brief Introduction,” PARI Journal 9, no.1 (2008): 3. Véase también David C. Grove, “Olmec Monuments: Mutilation as a Clue to Meaning,” en The Olmec and Their Neighbors: Essays in Honor of Matthew W. Stirling, ed. Elizabeth P. Benson (Washington, DC: Dumbarton Oaks, 1981), 49–68; Pool, Olmec Archaeology, 120–121. Hay buena evidencia de la mutilación de monumentos olmecas ocurriendo dentro de algunos de los rangos de tiempo propuestos de Riplákish que fueron hechos por el pueblo del gobernante. El especialista olmeca Michael Coe ha declarado: “Hacia el final de la fase de San Lorenzo [1150-900 a. C.] todos los grandes monumentos de basalto de San Lorenzo habían sido mutilados… Considero que se trató de un acto revolucionario, ya que no tenemos evidencia de que fuera otro que el propio pueblo de San Lorenzo quienes llevaron a cabo ese gran acto de destrucción”. Michael D. Coe, “Solving a Monumental Mystery,” Discovery 3, no. 1 (1967): 25.
21. Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” 45.
22. Clark, “Archaeology, Relics, and Book of Mormon Belief,” 46.
Traducido por Central del Libro de Mormón
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